Desde entonces escribo. Desde que mamá me distinguió con el honorable título de “escribidora de cartas”. Ella me dictaba y yo escribía. Expectante ella, concentrada yo, ambas observábamos cómo aquella inmaculada cuartilla se iba llenando de letras inseguras que avanzaban torpemente formando renglones tan azules como obstinados. Por más que les marcara una línea recta imaginaria siempre salían torcidos.
Tras estampar mi voluble firma, en permanente fase experimental, doblaba el papel, lo metía en un sobre, ponía las señas, el remite, pegaba el sello y salía disparada hacia el buzón de la plaza. Entonces, una vez satisfechas las obligaciones inherentes a tan dignísimo cargo, iba a buscar a mi amiga y juntas nos acercábamos al río. Allí, donde el agua corría alegre, casi siempre encontrábamos algún tesoro.
¡Que tiempos aquellos en los que se escribían cartas! Poco a poco se fue dejando esa sana costumbre, ya casi no recuerdo la última carta que escribí. Es cierto que el teléfono es más rápido y directo, pero ...¿y la ilusión de esperar al cartero cada día? Me has traído recuerdos de cuando era niña y nos íbamos de vacaciones a casa de mis abuelos ¡esperaba con impaciencia las cartas de mis amigas!
ResponderEliminarMe gustó mucho el "micro"
Un beso
Y cuando llegaba el cartero con la carta de algún 'noviete'... Eso era impagable ;-)
ResponderEliminarGracias, ATENEA, por tu asidua presencia y tu apoyo incondicional.
Un beso grande.
Recuerdos... de aquella época de paseos por el río y cartas olvidadas en un rincón que nunca nos atrevimos a enviar. Aunque mis inicios más que cartas, fueron diarios a escondidas :)
ResponderEliminarTemo que muchos de nuestros sucesores no van a sentir eso que tú describes con perfección, es una pena. La magia de los renglones azules se extinguirá, quien sabe...
ResponderEliminarUn abrazo, escribidora.
Paloma
Una escrbidora, y una experiencia, de lujo. Ojalá nuestras niñas, todas las niñas que ahora son, pudiesen disfrutar de momentos de magia pura como aquellos que describes.
ResponderEliminarUn abrazo, MJ
Esta experiencia ya es prehistoria, MJ, pero has retratado muy bien la magia de esos tiempos.
ResponderEliminarBesos.
Ainhoa:
ResponderEliminarExacto. Recuerdos rurales de una infancia que ya no volverá.
Besos.
Paloma:
ResponderEliminarVeo improbable que las generaciones venideras puedan saborear los pequeños placeres de aquella infancia 'semi salvaje' que algunos tuvimos la suerte de disfrutar.
Un besazo.
Gracias, Patricia.
ResponderEliminarPor desgracia, me temo que eso no será posible.
Besotes.
Sí, parece una historia de los años de Maricastaña (en realidad lo es jeje)
ResponderEliminarGracias, Elysa.
Un abrazo.
Muy logrado MJ!
ResponderEliminarYo he escrito pocas cartas, pero así visto es entrañable.
Un abrazo!!!
Pues no sabes lo que te has perdido, guapo ;-)
ResponderEliminarMil gracias, Sucede.
Besos.
De todos, este es mi preferido..........
ResponderEliminarBss
También para mí es uno de mis favoritos.
ResponderEliminarUn beso, guapa.
He estado viendo las entradas de este nuevo blog en mi primera visita y, sin desmerecer otros, éste es el relato que más me gusta. Los sentimientos auténticos nos llevan a expresarnos de forma auténtica y entrañable. Preciosa evocación de esa niñez que nos deja tan marcados.
ResponderEliminarUn abrazo
Bienvenido, Luis.
ResponderEliminarAgradezco de veras tus palabras.
Un abrazo.