No le hizo falta
terminar de leer el informe para darse cuenta de que su vida pendía de un hilo.
El papel se le escurrió de las manos, como pájaro de mal agüero que huye tras
haber cumplido la ingrata misión para la que fue enviado.
Dos lágrimas,
precursoras de un incontrolable llanto, comenzaron a rodar por sus mejillas.
Estaba asustada. Con el alma en vilo, como fruta madura a punto de estrellarse
contra el suelo.