Cómo no iba a ser un melómano empedernido si nació el día de Santa Cecilia.
Lo cierto es que puso todo su empeño en venir al mundo ese día y no otro, pues el obstetra (¡vaya nombrecito!) me había dado como fecha aproximada para el parto entre siete y diez días más tarde.
Rompí aguas en casa ¡menos mal! tras un largo paseo por el barrio de Chamberí disfrutando de la soleada tarde que el otoño, con un guiño de complicidad, quiso brindarnos aquel domingo de noviembre.
Serían alrededor de las nueve de la noche cuando entramos por la puerta de urgencias de la Paz el manojo de nervios de mi marido y la exultante serenidad de la primípara, servidora. Ingresé con una dilatación de tres centímetros y sin apenas dolor, por lo que me instalaron en una sala y me dejaron completamente sola con unas contracciones cada vez más largas, frecuentes y dolorosas. Así pasé algo más de dos horas hasta que creí que no podría soportar más dolor, entonces llamé a la comadrona que andaba de cháchara con las enfermeras. Amparada en la confianza que dan los años de experiencia profesional, llegó tranquila pues sabía que el proceso de dilatación en madres primerizas era lento; pero, mira por donde, éste no era el caso. La sorpresa inicial no le impidió actuar con una eficiencia impecable. -¿Sabes respirar como un perrito? –me preguntó. -Sí, le contesté, he asistido a las clases de preparación al parto. Con el sonido de un fatigado perro jadeante como música de fondo, me llevaron a toda prisa al paritorio. Allí todo se desarrolló con rapidez… ¡Ya se ve la cabecita! ¡Empuja! ¡Así, vamos, sigue, sigue, un poco más…! Salió la cabeza, un giro, otro empujón y… Allí estaba su cuerpecito perfecto en manos de la partera que, sin más preámbulos, le arreó un cachete. El bebé comenzó a llorar y mientras sus pulmones se iban llenando de aire, mis oídos se impregnaron de aquel sonoro llanto cuya ternura me hizo sonreír.
Así fue como, poco antes de que las agujas del reloj se hicieran una para señalar el inicio de un nuevo día, mi primogénito llegó a este mundo con una guitarra eléctrica bajo el brazo.